Más que analizar teorías que definan, expliquen qué es el éxito, le propongo que reflexionemos sobre las experiencias de éxito. Piense por un momento en las personas que para usted representan el éxito.
Hace unas semanas estaba charlando con un grupo de amigos acerca de Michael Jackson. Nadie en la conversación dudaba de su valía, su genialidad. Incluso los que confesaban que no les gustaba su música reconocían que fue y será un hito en la historia de la música. En definitiva, coincidíamos en el reconocimiento de su excelencia profesional. ¿Es eso el éxito profesional? ¿Es éxito cuando los demás te reconocen? A continuación, alcanzamos otro consenso acerca del personaje: fue un desgraciado.
Muchos de ustedes pensarán que una cosa es el trabajo, la profesión y otra muy distinta la vida personal. Así es como nos han educado. Ya anticipo que no lo comparto. Y salirme de esa convención no ha sido fácil, pero es, al menos en mi caso, imprescindible para sentir “mi” éxito que tiene que ver más con la coherencia y la autenticidad que con la apariencia, que también.
Es claro que existen unas referencias externas que conforman los parámetros del éxito. Si quieres jugar y tener opciones de ganar debes conocer bien las reglas del juego, esas convenciones sociales formales que determina el camino a seguir. Pero, atención, todos sabemos que no en todos los campos se aplican la mismas reglas, o de igual manera, y que existen un conjunto de reglas no escritas que rigen el orden interno de las organizaciones y, en general, de las relaciones humanas. ¿Cuántas veces nos decepcionamos porque no conseguimos el reconocimiento de los otros cuando creemos haber hecho lo correcto? ¿Cuántas veces dan el premio, el ascenso a quien creemos que menos se lo merece? Más allá de las filias y las fobias, pensemos en que algunos conocen mejor las reglas reales y aciertan a la hora de hacer lo que se espera o a la hora de vender lo que se hace. Es preciso por tanto conocer bien el entorno en el que nos movemos, las reglas que lo rigen, las expectativas de los que tienen que reconocernos y adaptarnos, alinearnos a esas referencias. Esto tiene mucho que ver con la necesidad de mejorar nuestra capacidad de adaptación al cambio que requiere una actitud abierta y flexible. No nos empeñemos en hacer lo que creemos y de la manera que habíamos pensado sin tener en cuenta el medio en el que debemos desarrollarlo y las personas que han de valorarlo.
Y es que una de las convenciones sociales del éxito profesional que está en cuestión es la meritocracia, entendida ésta de manera tradicional, es decir, la excelencia en los conocimientos técnicos: los títulos. Y es que los conocimientos técnicos son necesarios pero no son suficientes. La corriente de la inteligencia emocional surge de estudios que constataron que los más inteligentes no eran los que tenían más éxito. Los más exitosos tenían en común un conjunto de habilidades y competencias que tenían que ver con la gestión de relaciones. Las tareas, los trabajos, las empresas, los países son cada vez menos estancos y dependen más de otros, por lo que el componente relacional cobra mucha importancia. No basta con el desempeño individual. Los objetivos dependen del concurso de otros. La dinámica de los tiempos se basa en el trabajo en equipo, que permite aunar esfuerzos de ámbitos antes estancos y ahora necesariamente vinculados. Pero para sacar el máximo rendimiento, aprovechar al máximo el potencial es preciso estimular y saber gestionar adecuadamente el talento de cada uno. Eso nos permitirá aumentar nuestra capacidad con las aportaciones de otros y por tanto incrementar nuestras posibilidades de éxito. Nuevamente, una actitud abierta, flexible y positiva facilita las cosas. ¿Cuántas veces nos desesperamos porque los temas no salen como queríamos, porque los equipos no hacen lo que queríamos y encima se desmotivan? Podemos optar por mandar, lo que exige instrucciones claras y disciplina. O podemos optar por apuntar los objetivos y escuchar genuinamente las propuestas de desarrollo de los otros, cada uno en función de sus capacidades pero no limitando éstas a priori, lo que requiere autodisciplina, saber parar y delegar, saber escuchar.
Referencias y reglas externas, conocimiento, competencias relacionales y ¿suerte? Algunos justifican el éxito por la suerte. Pero para estar en el lugar adecuado en el momento oportuno hay que haber estado. Aprender a saber ver y a aprovechar las oportunidades que se presentan. He visto personas que parecen tener clarísimas sus metas, sus ambiciones. De las que se dedican a ello con decisión, algunas lo consiguen. Otras no. De las que lo consiguen hay algunas satisfechas y otras que lo simulan pero que en la intimidad piensan, ¿era esto? De las que no lo consiguen, las hay que lo vuelven a intentar o buscan nuevos retos y otras que se quedan estancadas y piensan ¿y ahora qué?¿Qué es lo que hace que determinadas personas salgan triunfantes de la adversidad y otras mueran de éxito? Y es que ante un mismo hecho objetivo, las personas reaccionamos de distinta manera y lo que para unos es un fracaso para otros es una oportunidad de aprendizaje y crecimiento. Y hay otras muchas personas que no persiguieron sus metas, que se dejan llevar. De estas, algunas son felices y otras se sienten desgraciadas.
Y es que, sí, claramente el éxito profesional se mide desde fuera, por referencias externas, pero para que sea sólido y sostenible debe sentirse, en mi opinión, desde dentro y, por tanto, ha de tener referentes subjetivos, vinculados a la persona. Creo que el éxito tiene que ver más con identificar cuál es tu vocación, cuáles son tus motivaciones y perseguirlas. Tiene que ver más con la perseverancia que con la suerte, con la capacidad de aprender de los fracasos que con aguantarse y no salirse del guión. El fracaso. Abogo por normalizar e introducir el fracaso en nuestras vidas. El fracaso es la esencia del éxito porque es la base del aprendizaje. El miedo al fracaso nos paraliza. Debemos verlo de la otra manera: hay que arriesgarse para ampliar las posibilidades de éxito. Normalmente sólo vemos el final del proceso, los resultados, y decimos qué suerte ha tenido fulanito, pero no conocemos los fracasos que ha superado a lo largo del camino hasta llegar al éxito. La vida, las carreras profesionales han de plantearse como un proceso. Proceso basado en la experimentación, más allá de los conocimientos técnicos. Intentar ver la realidad que nos rodea con una mirada genuina, abierta, eliminando prejuicios que limitan el desarrollo de nuestro talento y del de los otros. Así veremos más oportunidades y desarrollaremos más capacidad de aprovecharlas, y así tendremos más posibilidades de adaptarnos a los cambios.
El éxito tiene que ver, en definitiva, con sentirse bien con lo que uno hace más que con el reconocimiento puntual del otro que, tenemos que recordar, no tiene que vivir nuestra vida. No hagamos del reconocimiento externo la motivación de nuestras vidas y confiemos más en lo que queremos que sea nuestra propia vida. ¿Ha identificado ya qué personas para usted han tenido éxito en su vida? Es necesario y posible que esté usted en la lista, sólo es preciso que tome las riendas para conseguirlo.
Muy buena reflexión.
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