Ayer estuve moderando una mesa de debate sobre las relaciones entre India y África. Se hubieran quedado sorprendidos, como la mayoría del auditorio, por la descripción de una realidad que aceleradamente supera la anécdota para convertirse en un proceso de globalización dentro de la globalización en la que los países desarrollados según el modelo occidental apenas somos espectadores.
Hay mucho más detrás de los crecimientos de los países emergentes, claramente mucho más que la mera inserción de esos países en la cadena de producción de las empresas occidentales como paso previo para engordar nuevos mercados de consumo. Esta es la perspectiva de los occidentales que siguen viendo el mundo con ojos de colonización.
La sensación de sorpresa se acentuó con tintes inquietantes al comprobar el enorme contraste entre los dos ponentes británicos y los dos ponentes originarios de India y Sudáfrica. Los unos, especialistas en las relaciones históricas y político-diplomáticas entre ambos mundos, (destacando los factores culturales del mundo Commonwealth), estaban muy marcados por la reflexión teórica, expresándose a pesar de su juventud con exquisita dicción y pausada oratoria. En el otro lado, la pujanza, el dinamismo, la fuerza y la decisión de los que luchan por aprovechar al máximo desde el pragmatismo la enorme oportunidad de desarrollo y protagonismo mundial inéditos e incluso impensables tan sólo 10 años atrás. Más allá de argumentos históricos y culturales o de “solidaridad por un pasado colonial compartido” lo cierto es que los países del Sur se están moviendo con suma rapidez, utilizando al máximo las palancas económicas que pone a su disposición la globalización, buscando mercados y complementariedades para construir alianzas en lo que algunos quieren ver un modelo de desarrollo alternativo. Tenemos que espabilarnos porque ellos están con ganas y nosotros estamos perdidos o cuando menos estancados mirándonos al ombligo.
Y es que a pesar de que hemos sido los occidentales los mayores impulsores de libre comercio, los más beneficiados por el proceso de globalización van a ser los menos desarrollados, afortunadamente, al menos para los que realmente creemos en la igualdad de oportunidades.
India ha pisado el acelerador para no quedarse atrás respecto de China. Y el resto de los BRICS, Brasil, Rusia y SA no quieren quedarse a la zaga. En un informe de la OCDE de junio de este año (Perspectives on Global Development: Shifting Wealth) se habla del potencial de las relaciones Sur-Sur, del modelo de reducción de la pobreza de China y de los enormes retos que tenemos por delante. Y aporta un dato: las últimas previsiones de pesos económicos mundiales (que cambian por aceleración del proceso y en concreto por el distinto impacto de la crisis): en el 2030 lo que hoy conocemos como países en desarrollo y emergentes supondrán el 60% del PIB mundial.
No podemos seguir reflexionando en nuestro pequeño mundo local como si las cosas de fuera no cambiaran y mucho menos aún no nos afectaran. Las interacciones en un mundo cambiante en el que no somos los principales protagonistas debe ser una provocación para ver nuestro futuro con nuevos ojos y sobre todo con una disposición de cambio, hoy inexistente, más acuciante, si no, nos quedaremos fuera de juego. Si queremos hacer sostenible nuestro modelo occidental tenemos que estar dispuestos a trabajar por ello pero eso requiere para empezar no negar la realidad en la que tenemos que hacerlo posible.
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