Con la edad me he ido haciendo más prudente pero al mismo tiempo siento la necesidad de decir lo que pienso. Llevo tiempo insistiendo en el mundo ya ha cambiado y en Occidente nos resistimos a siquiera verlo, no digamos aceptar que, a pesar de que se nos llena la boca de solidaridad, ya no somos el modelo regente o el club que manda en el mundo por una suerte de superioridad moral que poco les importa a las antiguas colonias que ahora están aprovechando la oportunidad que les brinda la globalización de tomar las riendas de su propio futuro. Salvo que los países desarrollados tengamos una crisis estructural de crecimiento…
Porque sí, estoy convencida de que la globalización ha sido un éxito y efectivamente abrir la fronteras permite a los más pobres desarrollarse. Los resultados están ahí. Pero claro, las puertas se abren en las dos direcciones y eso ha supuesto para los países desarrollados enfrentarse a una mayor competencia que despreciamos cuando no nos favorece. Mientras las puertas abiertas suponían que podíamos vender más a otros y aumentar nuestros ingresos, estupendo, pero cuando entran productos más baratos echamos la culpa a los mercados y al capitalismo. Ay qué vida más injusta pero, ojo, por lo contario de lo que decimos. Somos unos hipócritas.
El final del proceso será, por los vasos comunicantes, que se igualen los niveles de bienestar en el mundo. La incógnita que tenemos que despejar, poniendo los medios en lugar de lamentarnos, es si el nivel de equilibrio está en el medio lo que supone que los países más pobres mejorarán sin duda pero los ricos empeorarán, o si buscamos suma positiva. El éxito será que el conjunto de la Humanidad avance y que haya un mayor número de países o comunidades que se sitúen en esa media. No como hasta ahora, que había 7 grandes (G7) o 30 ricos (OCDE) y el resto pobres. Ya hablamos de G20 y poco a poco habrá más que puedan al menos influir. Ese es el primer paso, el global. Que países como Somalia dejen de tener hambre y que países como España dejen de quejarse porque no puedan aumentar las prestaciones sociales que son un auténtico despilfarro.
La dificultad a la que nos enfrentamos es aprovechar la competencia venida del Este (o del “Sur” en sentido amplio de modelo de desarrollo frente al “Norte”, el nuestro) como oportunidad y no como amenaza como claramente estamos haciendo ahora. Si lo vemos como oportunidad y leemos la realidad como un incentivo para aportar lo mejor de nosotros mismos (los ricos con una mejor educación y salud..) contribuiremos a un proyecto de futuro en el que la Humanidad avanzará más rápidamente. Si lo seguimos viendo como amenaza e intentamos frenar lo inevitable, competir con otros, con parches proteccionistas (en forma de barreras de todo tipo), aumentaremos el coste del ajuste y con ello el lastre para ser competitivos. Tenemos que esforzarnos todos y cada uno por ser mejores, hacer que nuestro balance personal sea positivo (aportar más de lo que recibimos) en lugar de esperar el apoyo ante la inacción, la subvención como única medida ante el paro. La primera opción lleva al crecimiento, la segunda a la recesión.
Me niego a aceptar que no hay margen de maniobra, que no se puede hacer otra cosa. Nuestros jóvenes se están yendo a otros países donde, vaya, parece que sí hay oportunidades, a crear su propio proyecto vital. No es ningún drama pero es claro que, si se van todos, el país no tendrá futuro. Será un fracaso colectivo…. continuará
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