Andar con paños calientes no sirve más que para engañarse: la situación es grave y la crisis severa. Como individuos: cinco millones de parados y el resto con inseguridad, miedo ante la pérdida de empleo o de renta, de posición… Las empresas están en modo de pánico: sin demanda, sin cobrar (morosidad) y sin crédito (sequía financiera). Y el Estado, al borde del colapso.
Muchas incógnitas y creciente complejidad que obtienen respuestas derrotistas, victimistas o evasivas que no hacen sino acrecentar nuestra sensación de estar perdidos. Pero eso no puede llevarnos a cuestionarnos todo al mismo tiempo: Europa y el euro, los mercados y el Estado de Bienestar, los políticos y la democracia… Y eso es lo que lamentablemente está ocurriendo. Porque tal cuestionamiento y desorientación nos conduce a la parálisis y, con ello, al cumplimiento inevitable de los peores presagios. Incapacidad, impotencia ante lo que sin duda constituye una de las crisis más graves de los últimos años y un punto de ruptura o de cambio de etapa: el siglo XXI. No se identificó bien cuando comenzó o no se quiso verla… pero en todo caso, una vez constatado, afrontémoslo con seriedad.
No hay acuerdo en el diagnóstico
Se está produciendo un ajuste real y doloroso para muchos (se va extendiendo, repartiendo el esfuerzo): en cantidad (paro, cierre de empresas, ajustes en el sector público) y en precio (recortes salariales y de márgenes/beneficios, bajadas de algunos precios). Pero es vital entender bien lo que nos sucede para poder salir. La ausencia de acuerdo en el diagnóstico nos está llevando al caos en las medidas, y la hiperactividad equivocada está resultando ya muy costosa. En mi opinión, nos falta perspectiva, visión. No es fácil tomar distancia, pero es necesario para identificar algunas referencias y lecciones que nos aporten orientación en la salida al tiempo que dan sentido a las acciones inmediatas.
Como apuntan Reinhart y Rogoff en su libro de las crisis financieras publicado en 2009, sufrimos un sobreendeudamiento con inflación de activos: la burbuja ha estallado. Tenemos sobrecapacidad que no genera crecimiento, lo que nos hace menos productivos y menos competitivos, ya que hemos de seguir pagando por algo que no nos sirve. Y ese lastre existe en todos los sectores, pero yo destacaría tres que son los más significativos en nuestro caso: inmobiliario, bancario (especialmente cajas de ahorros) y Administración Pública. Y hay que afrontar esta carga sin estar preparados para competir en el mundo global actual con reglas y jugadores en acelerado cambio.
Abordemos bien los problemas
Abordemos el origen de los problemas y no sus corolarios. En mi opinión:
1. No es un problema de liquidez, aunque se manifieste en restricción severa del crédito, sino de solvencia: no somos capaces de generar ingresos suficientes para atender a nuestras necesidades.
2. No se trata de un problema de mercados, aunque éstos funcionen de manera imperfecta, sino de las malas reglas (o de su enforcement -aplicación y control-).
3. No es un problema de la política o de las instituciones, sino de los malos políticos y los malos gestores.
Así que de este diagnóstico se derivan algunas referencias para informar un proyecto de futuro:
El entorno en el que nos movemos es global. La globalización es un éxito y es un proceso irreversible. Todos los países abrazan el mercado como mecanismo de asignación de recursos con independencia de su régimen político; lo que falla es la gobernanza, las reglas. Porque están mal diseñadas y/o porque no se aplican. Las instituciones en esta situación son muy importantes, pero es preciso reformarlas para que estén a la altura de la complejidad del entorno.
La iniciativa privada, fundamental
No obstante, el vector fundamental de progreso es la iniciativa privada como base generadora de riqueza. El Estado no crea riqueza, aunque tiene un papel crucial: debe aportar certidumbre al marco de actuación, incluyendo un sistema sostenible de redistribución de parte de la riqueza generada por los emprendedores.
Parto de una visión humanista de la Economía, entendida ésta como articulación básica de la sociedad y de su organización política. El individuo como protagonista. Eso sí, un individuo que aspira a ser ciudadano de pleno derecho, comprometido y responsable, que hace la máxima aportación y respeta el papel de los otros en el convencimiento de que contribuir a una mejor sociedad es la mejor manera de mejorar el propio bienestar… Y no el atajo actual de sacar el máximo provecho de la sociedad sin aportar ni respetar a los demás.
Todos tenemos un papel que desempeñar y todos somos responsables del proyecto común. Ése es mi concepto de Democracia. Cada ciudadano en su ámbito de actuación y como parte de la empresa, de las asociaciones, de las instituciones y también de la política. Los individuos tenemos que formarnos permanentemente para capacitarnos y adaptarnos al cambio. Ésa es la regeneración que necesitamos para impulsar la recuperación.
¿Qué deben mejorar las empresas?
Las empresas tienen que ser más empresa. Saber anticipar las tendencias, identificar las necesidades y aprovechar las oportunidades que ello representa. Eso requiere: 1) ambición; 2) buenos equipos, talento: espíritu global e innovador; 3) gestión del conocimiento: leer la realidad; 4) gestión adecuada de los riesgos: emprender implica asumir riesgos. No hay garantías, pero sí gestión del fracaso; 5) modelo rentable: ajuste permanente para contar con una base de negocio saneada y solvente; 6) organización no sólo eficiente sino ágil y flexible para adaptarse rápidamente; 7) priorizar y actuar.
Los Gobiernos y las Administraciones que pretenden liderar deben contribuir al proyecto país, a que seamos atractivos, a que seamos competitivos. Y competimos con todo, también con la sociedad de bienestar. Para ello, tan importante es el contenido de la acción política como la forma. La forma de hacer política implica generar una relación de confianza en la sociedad ayudando a establecer incentivos claros a las buenas prácticas y sanciones para las malas. Debe mejorarse el proceso de toma de decisiones y en concreto el de diseño y aplicación de la regulación. Necesitamos buena regulación.
En cuanto al qué puede hacer la Administración para hacernos más fuertes, más solventes y más competitivos, vayamos a los criterios que se manejan internacionalmente para establecer el ranking de competitividad en el que vamos cayendo dramáticamente. En un análisis que hice recientemente comparando los distintos índices, el conjunto de criterios que se barajan se agrupa en cuatro grandes apartados que van de lo más concreto, que es lo que se suele considerar como competitividad (costes de los factores) a lo más general pero no por ello menos determinante: 1) dotación factorial: personas bien formadas, sistema de salud de calidad, infraestructuras de calidad, I+D; 2) entorno social: seguridad física y Estado de Bienestar; 3) estabilidad macroeconómica y competencia en los mercados; 4) marco político y legislación: instituciones y seguridad jurídica.
Para ello, la Administración tiene, como la empresa, que ser una organización solvente (concepto equivalente al de rentable), ágil y eficiente para estar a la altura de la misión encomendada por la sociedad. Debe ajustarse hoy y prepararse para afrontar los retos de futuro que ya teníamos planteados antes de la crisis (envejecimiento, cambio climático y energía…). Siento sonar economicista, pero hoy se ha puesto claramente de manifiesto que las Administraciones, como las empresas, tienen que ir a los mercados a financiarse, y éstos, salvo que inventemos el dinero místico, quieren cobrar lo que prestan, entre otras razones porque tienen que devolvernos con intereses nuestros ahorros.
La regeneración como palanca
En los momentos de cambio es cuando existen oportunidades. Por eso es importante saber leer lo que está pasando en nuestro entorno, hoy más global y complejo que nunca, y trabajar, esforzarse para saber aprovechar mejor que otros las oportunidades que identifiquemos. Apostemos por la ambición con realismo, emprendiendo y aportando, exigiéndonos, porque el mundo que vivimos es muy exigente y otros, en lugares ya no tan lejanos, están asumiendo el reto.
Para ello, pongamos las cuentas en orden y en claro, y definamos un proyecto de futuro en un entorno realista, con confianza en nuestras capacidades, con responsabilidad y compromiso. Todos. Porque todos tenemos un papel que desempeñar desde el respeto al otro. Mejor en un marco de reglas claras que se cumplan.
Muchos argumentan que los factores esenciales para la recuperación consisten en que la economía internacional se reactive, que se resuelva la crisis del euro y que se recupere el crédito bancario. ¡Estoy de acuerdo!, pero me temo que resulta un planteamiento derrotista, victimista y evasivo: no depende de nosotros… Y me niego a cruzarme de brazos y lamentarme. Contribuir al proyecto colectivo es generar oportunidades para mi propio futuro.
Artículo publicado en El Economista.
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