En estas dos semanas se han sucedido una serie de noticias cuyo impacto en nuestra sociedad se minusvalora. Con demasiada frecuencia se tiende a aceptar como normal lo que una supuesta mayoría no cuestiona. ¿Qué mayoría? En democracia esa mayoría surge de las urnas con un voto genérico que respalda programas que nadie se lee. Y al final, ante un cúmulo de decisiones, que cada vez se explican peor, se produce la desafección de la política…
En el caso de Estados Unidos, el que el partido republicano en la oposición consiga cerrar la administración y bloquear la puesta en marcha de los proyectos promovidos por el presidente demócrata Obama nos lleva las manos a la cabeza. ¡Es increíble! Lo valoramos como muy negativo, tercermundista, aunque también podríais considerarlo un ejercicio máximo de democracia en su vertiente de control a las acciones de Gobierno.
En el tiempo de descuento, consiguieron llegar a un acuerdo, de aplazamiento, para aumentar el techo de deuda y poder reabrir la administración. El Presidente Obama, haciendo uso de su oratoria, llamó a la responsabilidad de los políticos americanos: la amenaza para la democracia ya no está en un enemigo externo a Estados Unidos, sino que se encuentra en el bloqueo político interno. Todo esto está muy bien, pero oculta el hecho de que hasta Estados Unidos tiene que hacer frente a sus obligaciones y que tiene una ley básica que limita el techo de deuda y que ni siquiera un Presidente tan carismático como Obama puede aprobar leyes concediendo derechos que hay que hacer efectivos con unos ingresos federales de los que hoy no dispone. Todos tienen que mejorar en su forma de hacer política porque desde luego los republicanos no deberían impedir al Presidente llevar a cabo las políticas respaldadas por la mayoría por medios tan dañinos para Estados Unidos como el cierre de su administración.
Esta idea me lleva a España y la reacción de los políticos a la aprobación de la Ley de Educación “en la soledad del grupo que respalda el Gobierno”… ¡con mayoría absoluta! No parece normal que la manera de oponerse a algo que no me gusta sea anunciar la inseguridad jurídica llamando a la insumisión desde las propias instituciones o anticipando su derogación para cuando cambie el gobierno. Nuevamente, ésta no es la forma de hacer política en una democracia desarrollada porque hace mucho daño a la esencia de la democracia: el respeto a la ley emanada de la mayoría. En los tres planos que deben separarse: tanto por quien hace la ley como por quien la ejecuta como por quien desde el poder judicial debe velar por su correcto cumplimiento.
¿Cómo es posible que un juez justifique el incumplimiento de la ley por motivos políticos? El fin nunca justifica los medios. Nunca es justificable saltarse la ley ni incumplir las normas por una nueva norma que está por llegar. Y muy grave que se haga en sede judicial que debe velar por la ley, la vigente, no la futura.
Estoy perpleja pero no me conformo aceptando como normal lo que no es. No debemos cuestionar la esencia que nos constituye como sociedad desarrollada: el Estado de derecho. No hacerlo es consagrar la arbitrariedad, donde siempre pierde el más débil.
Y no he hablado ni del debate soberanista ni de las manifestaciones sindicales contra una juez, ¿o sí?